El tiempo suele transcurrir sin memoria; pero hay dos tipos de tiempo, uno rígido y mecánico que, a la manera de un péndulo, se balancea imperturbable hacia atrás y hacia delante y otro corporal, que se retuerce y se escabulle como un pez en una bahía. El primero es inflexible y predeterminado. El segundo va conformando las mentes a medida que avanza. Los poemas escritos en esta etapa de madurez, han girado en torno a esa segunda posibilidad, a modo de fragmentos dispersos de un mosaico que narra el proceso de (auto)conocimiento en que consiste el viaje iniciático de ida y vuelta al universo de la infancia. Al unirse dichos fragmentos construyen un relato donde las distintas temporalidades coexisten, sin elegía ni nostalgia, en el único espacio del aquí y el ahora del presente. En ese sentido, La velocidad de la sombra profundiza y cierra esa especie de pentalogía que conforma junto con El sueño de Einstein (2015), La lentitud de los crepúsculos (2018), Donde la noche (2021) y Jardín secreto (2023), dibujando, como ya señaló Jacques Ancet a propósito de su poesía más reciente, un territorio singular que abre un tiempo fuera del tiempo y un espacio naciente que son el tiempo y el espacio del poema. Un espacio y un tiempo en los que el día, aunque termine, no cesa nunca de recomenzar.